Fotografías que no tendré.
Parafraseando ( o robando) el título de un poema de mi amada, querida, compañera y esposa Josefa Parra, "Cosas que no tendremos". Comienza un pensamiento fugaz que tuve en este tiempo "estival" de la semana de pascua.
El caso es que me encontraba paseando (por supuesto con mi amadísima musa) por la Rua Pavia de Andrada en el barrio de Chiado, en Lisboa. Entre multitud de turistas (el caso, y no me preguntéis por qué, pero en Portugal no me siento extranjero) y tiendas de ropa de diseño, vinacotecas e inditex varios, había una típica tienda de souvenirs y en su puerta un muestrario de postales y fotografías de Portugal de los años 50 y 60 en blanco y negro.
Me acerqué para mirarlas, más bien para admirarlas, y me encontré con toda una representación de las gentes de Lisboa: el orgulloso comerciante de la plaza mostrando su género e invitando al fotógrafo a que lo retratara, a los trabajadores del puerto en un día normal de labor, a la mujer que traía a un animal de tiro (imagino) para venderlo en el mercado, el limpiador de botas sacando el lustre a unos zapatos de un cliente, el profesional barbero con navaja en mano rasurando unas barbas rebeldes, unos niños bañándose enfrente de la Torre Belem...
Al ver estas imágenes sentí congoja, una pequeña opresión se instaló en el corazón, y dio comienzo a un taciturno y triste pensamiento: Fotografías que no tendré.
Sé y sabemos que a día de hoy nos es bastante complicado poder realizar estas tomas, ya no seremos Atget, ni Brassaï, Doisneau, Smith, Franco o García Rodero...Al que más o al que menos, cuando salimos con nuestros riflex (rifles+reflex) "cazando" esos momentos cotidianos de personas, de sus lugares de residencia, de sus costumbres, de su alegría, nos han ofrecido unas cálidas caricias faciales si no borrábamos esas tomas. Hoy el comerciante no muestra orgulloso sus productos, hoy nos mira con cara de huraño y te das cuentas, a través del visor, que tiene la mandíbula apretada y los hombros tensos, hoy solo nos mostrará sus dientes.
Voy vagando calle arriba, hacia el Barrio Alto, sumido en funestos pensamientos, cuando de pronto me doy cuenta de una cosa, miro alrededor y observando a los "turistas" caigo en la cuenta: ¿Cómo se va a mostrar orgulloso ese tendero de hoy en día? Se siente intimidado, cercado, porque el turista que no lleva un riflex; y menudos riflex, con miras teléscopcicas de gran alcance, lleva una mini-riflex camuflada en un especie de teléfono móvil, pero que sigue siendo letal. Es normal, si yo estuviera en su situación todo el día expuesto, ametrallado, robándome cachitos de mi alma día tras día, estaría como él.
Medio mareado y con la boca seca propuse a la dulce musa de mis imágenes ir a tomar una revitalizante Sagres, y le comenté lo que pensaba. Después de una gratificante conversación, dos vinhos verdes y dos Sagres guardé mi riflex en su cartuchera, y disfruté de tres días maravillosos acompañado por una mujer maravillosa en un lugar maravilloso.
PD: No pensaríais que sería así de facil, hoy de vuelta a la cotidianidad y delante del ordenador, ordenando y escribiendo esa experiencia de días pasados, me vienen al recuerdo las imágenes de Julián Ochoa de la India, igual que las de Miguel Morenatti, su último viaje a ese mismo país. ¿Tendré que ir a un país "exótico" para realizar este tipo de fotografías?
Y en verdad siento que crece dentro de mí una necesidad de retratar, capturar, inmortalizar a esas personas, esas gentes, sus momentos, sus labores, su alegría, su vida. Tal vez sea una tara personal y como dice Daniel Casares, debemos preguntar si podemos retratarlos, y echarle un poco de morro a la vida; total, el "no" ya lo tenemos...